martes, 27 de enero de 2009

Guerra

El sonido de los disparos se escuchaba a cientos de kilómetros. Los continuos bombardeos, durante los cuales no podías hacer otra cosa más que agacharte y rezar, acabarían arrasando la ciudad. Pero, con tal de ganar la guerra, ¿qué más da arruinar la vida de cientos de personas?

Disparo una vez más. Esta vez impacta en el pecho de un enemigo. Una pregunta acosa mi cabeza. ¿Y si tenía mujer e hijos? Ya no importaba la respuesta, él estaba muerto y no había vuelta atrás.

¿Quién había decidido que ellos eran mis enemigos? ¿Qué les llevó a tomar tal decisión? No soy capaz de responder a estas preguntas. Soy soldado, me entrenaron para matar. Ya hay otros que piensan por mí.

Disparo una vez más, Y otra, y otra. Cada disparo causa una muerte más. Y con cada muerte, se repiten las mismas preguntas. Y se suceden las mismas respuestas, en un ciclo sin fin.

Un bombardero se acerca. Instintivamente me agacho, protegiéndome de la onda expansiva. La bomba cae sobre un edificio, destruyéndolo al instante. ¿Y si había civiles? Ahora ya estarían muertos, pero a nadie parecía importarle.

Un enemigo se levanta. Un blanco fácil. Apunto y... El dedo me tiembla. Por primera vez desde que me alisté, dudo. Ya no estoy seguro de si lo que hago está bien o mal. El hombre se va a agachar, cuando una bala impacta en él. Muere en el acto.

- ¡Francotirador! - Grita uno de mis compañeros.

Reacciono tarde. Siento el metal al rojo atravesando mi cabeza. No grito, no lloro, no me resisto a la muerte. Oigo a mis compañeros gritar mi nombre, acudiendo en mi ayuda, pero vuelve a ser tarde. Siento como ella me lleva, mientras todo se oscurece a mi alrededor. Leer más...

miércoles, 21 de enero de 2009

El diós de la muerte

El filo de la katana cortaba el aire con movimientos fluidos. A cada movimiento, segaba una vida. A cada corte, un chorro de sangre emanaba del cuerpo de mi enemigo, manchando tanto mi arma como mi armadura del líquido mortecino. El viento llevaría el olor a sangre durante varios meses.

Los cuerpos inertes, víctimas del filo de mi arma, caían a mi alrededor. Ya no importaba si eran aliados o enemigos. Tan sólo importaba mi katana, manchada por el líquido rojo de la muerte. La furia me invadía, nublando mis sentidos.

Miré a los ojos a los hombres que había a mi alrededor. Sus ojos reflejaban el miedo que sentían, paralizando sus cuerpos. Parecía como si estuvieran esperando morir. Pronto se cumpliría su deseo, en el momento en el que sentirían el gélido tacto del metal.

La lluvia comenzó a caer, al tiempo que el último de los hombres caía, en un vano intento de eliminar todo rastro de la sangrienta batalla que momentos antes había acontecido. En tan feroz contienda solo hubo un superviviente, aquel al que pronto llamarían el dios de la muerte. Leer más...

lunes, 5 de enero de 2009

Temor

Mi espada se balanceaba en mi mano. Agotado, hice acopio de las fuerzas que me quedaban, y me puse en guardia, intentando olvidar el terror que me invadía. Aquella criatura de las sombras solo parecía temerle a aquella extraña espada, que emitía un resplandor, cada vez menor. Pero, aún con esa poderosa arma en mi mano, la criatura no cesaba en sus ataques. Sus brillantes ojos amarillos tenían un brillo amenazador, que me paralizaba el cuerpo.


El oscuro ser atacó una vez más. Con un gran esfuerzo, puse la espada entre su brazo y yo. La espada emitió un leve brillo, que hizo a la criatura retroceder. Aprovechando el momento, corrí por el oscuro callejón, intentando, en vano, huir de la criatura.


Corrí, sintiendo como las fuerzas me abandonaban. Pero no podía parar, eso significaba la muerte. Debía encontrar una forma de acabar con ese ser, o resignarme y aceptar la muerte.


Caí, agotado por el esfuerzo. Las manos me temblaban, y no podía levantar la espada. La criatura apareció ante mí, dispuesta a acabar con mi vida. En un último esfuerzo, conseguí alzar la espada, pero el ser la apartó de un golpe. En ese momento me rendí a mi destino. Cerré los ojos, eliminando el temor a la muerte que me invadía.


Entonces, la criatura emitió un estruendoso rugido, que me hizo abrir los ojos. El ser había reducido considerablemente su tamaño, al tiempo que el brillo de la espada se hacía más intenso.


De un salto, me puse de pies, y ataqué al ser, que paró mi ataque con mucho esfuerzo, En ese momento, perdí el temor a la criatura, que volvió a encoger, haciéndose cada vez más débil. Sus ojos ya no inspiraban el temor de antes, y habían perdido su poder.


Decidido, atravesé el cuerpo de la criatura. La espada emitió un intenso fulgor, que me cegó la vista. Al instante, la criatura y la espada habían desaparecido, y un incómodo pitido me taladraba los oídos.


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Bueno, el primer original del año. Aunque lo tengo por aquí desde el mes pasado...



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