miércoles, 25 de febrero de 2009

Pobreza

Original para la tabla del foro Retos ilustrados.

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Camino por la acera, mientras siento el gélido viento atravesando los agujeros de mi ropa raída. Este es el invierno más frío que he vivido desde que estoy en la calle.

Camino lentamente, reuniendo las pocas fuerzas que le pueden quedar a un hombre que lleva tres días sin comer, algo que, lamentablemente, ocurre muy a menudo. Y, cuando veo a un niño que, harto de su bocadillo, lo tira a la papelera, no puedo resistirme y corro a por él. La gente me mira mal, pero la vergüenza es lo primero que pierdes al verte obligado a vivir de lo que otros tiran.

Aunque el bocadillo no me sacia completamente, al menos me calma el dolor que antes era insufrible. Camino de nuevo, buscando una forma de sobrevivir un día más. La gente me mira con desprecio y se apartan de mi camino. Y no les culpo. Yo antes hacía lo mismo, cuando tenía un trabajo y una familia. Pero eso cambió, y ahora estoy solo, sin un lugar al que ir.

Cae la noche, y esta trae consigo la nieve. La gente corre a refugiarse en sus casas, pero yo no tengo tanta suerte. Busco un portal abierto, una parada de autobús, una estación de metro, una caja de cartón. Cualquier cosa que pueda proporcionar un refugio me vale.

Por fin encuentro un lugar. Una caseta en un árbol, cuyo aspecto da la impresión de que al mínimo golpe se caerá. Pero no hay elección, no cuando perteneces a la calle y tu único anhelo es no morir en ella.
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domingo, 22 de febrero de 2009

Helena

Intento de original policiaco, con motivo del cumpleaños de Pers.

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Ella miraba la televisión, como de costumbre. Sola, a oscuras, comiendo palomitas mientras miraba esa película de terror. Llevaba un fino camisón, casi transparente. Buscando provocarme. Seguro, no hay otra explicación.

Me acerco a ella, silenciosamente. No nota mi presencia. Perfecto. Hoy será una gran noche. Estoy a tres pasos del sofá. Dos pasos… Uno… La cojo de los hombros, con ternura. Ella se hace la sorprendida y grita.

—Ssssh, tranquila. —Le digo para tranquilizarla.

Ella gira la cabeza, lo justo para ver el cuchillo, y vuelve a gritar.

— ¡Cállate! —Le pego un bofetón. El efecto es inmediato, se calla. Su rostro, por el que corren las lágrimas, refleja terror.

— ¿Por qué me temes? No hay motivo. —Le digo dulcemente, en un intento de calmarla. Ella no responde. — ¡Responde cuando te preguntan!

Sigue sin responder, llorando. Ya… Ya no la quiero, no es la Helena de la que me enamoré.

—Adiós, Helena.

Con un rápido movimiento, clavo el cuchillo en su pecho. Helena grita de nuevo. No lo soporto. Vuelvo a clavarla el cuchillo, algo más cerca del corazón. Helena ya no grita, sino que me mira a los ojos, mientras se va apagando… Como todas.





Suena el teléfono. Miro el reloj, que apenas marca las seis. Espero que sea importante.

—Wright. —Respondo medio dormido.

—Inspector, siento despertarlo tan pronto, pero tenemos un caso urgente. Asesinato. Le indico la dirección.

Tomo las señas y cuelgo el teléfono. Camino hacia la ducha, intentando pasar del mundo de los sueños al real. Asesinato… El primer pensamiento del día, dedicado al trabajo. La verdad, esa palabra es la que hace que me levante a diario. Salgo de la ducha y cojo la toalla, todavía pensando en el caso del que no tenía información.



Llego a la casa, sin desayunar, y con el pelo todavía mojado. Nada más cruzar el cordón policial, un agente se me acerca.

—Mujer, veinticinco años. Tiene dos puñaladas en el pecho. Los forenses dicen que la mortal fue la segunda.

Entro en la casa. La víctima está tirada en el suelo del salón, boca arriba. Miro la puerta de la entrada. Ni un indicio de que hayan forzado la puerta. Me aproximo a las ventanas, pero tampoco hay señal de que alguien entrase por la fuerza.

Me acerco a la víctima. Pelo rubio, más o menos un metro setenta. Dos puñaladas en el pecho, abundante sangre… Lágrimas secas en su rostro.

—Parece que vio a su asesino, pero que no luchó. —Miro su muñeca, que desprende un brillo dorado, una pulsera. —Helena. —Leo en ella.

— ¿Helena? —Pregunta extrañado el agente. —Se llama Laura.

Ese detalle me llama la atención. ¿Por qué llevaría una pulsera con el nombre “Helena” grabado? Un fugaz recuerdo cruza mi mente. Cojo el teléfono y marco el número.

—Johnson, necesito tu ayuda.




Helena… Ahí está, sentada en la caja de un supermercado, con su hermoso pelo rubio sobre el uniforme. El único sitio donde no esperaba encontrarla. Helena…

—Buenos días. —Me dices con tono rutinario, mientras cobras los objetos cuya importancia ahora es nula.

—Buenos días — Respondo educadamente, pero ni siquiera alzas la cabeza—. ¿No me reconoces? —Ahora sí me miras. Por un instante veo tus ojos, azules como el cielo. Pero niegas con la cabeza, niegas conocerme. Sonia… ¿Por qué pone ese nombre en tu placa? ¿Por qué reniegas de mí?

—Catorce con ochenta. —Tu voz suena triste, lejana, melancólica. Sé que me recuerdas, que me extrañas y añoras.

—Adiós. — Te despides con una sonrisa tierna, como las de antes. No temas, pronto volveremos a estar juntos.






— ¿Recuerdas el asesinato de la semana pasada? El de la chica rubia. —Digo tratando de controlar la euforia que sentía.

—Sí, la chica de veintipocos —La voz de Johnson suena dormida. Parece que le pillé durmiendo—. Murió apuñalada en su piso del centro, sin apenas pistas. ¿Por qué lo dices?

— ¿Viste algo que te llamase la atención, algún dato curioso?

—No, no había nada… Espera, sí que hay algo. Llevaba un colgante con el nombre de Helena, pese a llamarse Alba. ¿Te sirve ese detalle?

Cuelgo sin responderle, luchando por no gritar allí mismo. Ahora solo me falta hacer una comprobación más, y creo que ese agente que me recibió puede ayudarme. Lo busco con la mirada, localizándole junto a la ventana.

— ¿Qué tal se te da la informática? —Le pregunto.




Voy en el coche del inspector, que parece no conocer la existencia del freno.

— ¿Para qué necesita mi ayuda, inspector? —Pregunto intentando no vomitar.

—La información que necesito se encuentra archivada en unos ordenadores, aparatos del demonio que nunca lograré entender. Y en esa parte entras tú —Y yo que pensaba haberle impresionado…—. Por cierto, ¿Cómo te llamas?

—Philip Anderson.

—Pues bien, Philip Anderson, te contaré lo que pienso. Hay un asesino en serie, cuyo modus operandi no es otro que el de ponerle a sus víctimas una pulsera o collar con un nombre grabado.

—Helena… — Wright asintió con la cabeza— ¿Y ha deducido todo eso con sólo dos víctimas?

—Verás —El inspector da un volantazo, esquivando a una anciana que cruzaba la calle—, hace unos meses encontré a una chica de la misma franja de edad, rubia y con un collar con el nombre de Helena. Su auténtico nombre era Alexandra. El caso está sin resolver.

Aparcamos frente a la comisaría. Sin decir palabra, Wright se bajó del coche, en dirección a la puerta principal.

— ¡Espéreme! —Le grito, pero el inspector no reacciona. Va tan sumido en sus pensamientos y deducciones que no ve a la gente con la que se choca. Sus pasos me guían hasta los archivos, donde se detiene repentinamente.

—Busca un caso del ochenta y siete —me dice por fin, señalando el ordenador—. Helena Matanza.





Helena… Ahí estas, sentada en tu silla durante todo el día, realizando un trabajo que no te satisface. Ves pasar a la gente, saludas con la misma sonrisa fría que me mostraste y te despides de la misma forma, mientras esperas a que se acabe el tiempo de tu sufrimiento.

Pronto, mi querida Helena, volveremos a estar juntos.




Pasan las horas. Al caso de Helena siguen otros dos, Alexandra Edwards y Lucía Leblanc. Cinco casos en total.

—Coge las cajas y vamos. —Me dijo el inspector.

— ¿No piensas ayudarme? —Le pregunto, pero empieza a caminar sumido de nuevo en sus pensamientos. A regañadientes, cojo las cajas y le sigo.

Con mucho esfuerzo, logro llegar al coche. Wright me espera sentado dentro, con el motor en marcha. De nuevo sin ayuda, cargo las tres cajas en el vehículo y me subo.




Tras un corto viaje en el que ninguno pronunciamos una sola palabra, paramos en un supermercado cercano. Una vez más, sin mediar palabra se baja del coche.

— ¿Puedo saber que hacemos aquí?

—No esperarás—me responde al fin —pasarte la noche en vela sin comida ni bebida, ¿no?

Su respuesta hizo que el alma se me cayese a los pies. ¿Toda la noche despierto? Sin duda, por eso sería el mejor en su trabajo. Lo sigo, mientras me va cargando de cosas. Cada vez tengo más claro que, más que de ayudante, me quiere de mula de carga.

Tras dar varias vueltas, Wright por fin decide que ya tiene bastante, y se encamina hacia la caja. Poso toda la compra sobre la cinta, alegrándome de tener un momento de descanso. Me apoyo sobre una caja de cervezas cuando me fijo en la dependienta, cuyos rasgos me suenan.

—Wright, mira esto.

Wright, que miraba hacia el suelo, seguramente pensando en el caso, me miró primero a mí y después a la dependienta.

—Es… —Comencé.

—Sí, es ella. O al menos se parece mucho—asentí con la cabeza—. Señorita, ¿puedo preguntarla una cosa?

La dependienta nos miró, como si nos examinase con rayos X, primero a él y después a mí.

—Pregunte.

— ¿Ha visto a un hombre sospechoso? Un varón blanco, de unos treinta años. —Su capacidad deductiva me impresiona. Apenas ha mirado el caso y ya tiene un perfil.

—Pues sí, esta mañana he visto a un hombre extraño, más o menos como dice usted. Era moreno, con ojos azules y la nariz pequeña. Y me preguntó si no lo reconocía…

El inspector y yo nos miramos. Probablemente, ninguno esperaba dar tan rápido con su siguiente víctima.

—Tenga— dije tendiéndole una tarjeta—. Si vuelve a verlo, llámeme, por favor.

La dependienta coge la tarjeta, mirándome de nuevo de esa forma extraña. Después de pedirla que nos dijese su dirección, y de mostrarle la placa para convencerla, pagamos y nos fuimos.






Se hizo la noche. La luna llena se alza, imponente y hermosa. Es el momento idóneo, es la hora de que tu y yo, Helena, volvamos a estar juntos. Y esta vez nadie nos separará. Nadie.





Las doce y media de la noche. Llevamos horas trabajando en el caso. Bueno, trabajar, trabajar, yo no hago casi nada; tan solo preparo café y observo a Wright, que de vez en cuando asiente con la cabeza. Harto de estar sentado, me levanto y me acerco a la ventana. De noche la cuidad parece muy tranquila.




-Helena, ¿por qué huyes? —Pregunto, sin obtener respuesta. Helena salió corriendo nada más verme. No hubo beso, ni tampoco abrazo. — ¿Por qué me temes?

Oigo una puerta. Se ha encerrado, intentando separarse de mí. Ya… Ya no es la Helena de la que me enamoré.




Mi teléfono suena. Una extraña sensación me recorre la espalda. Rápidamente, descuelgo.

— ¿Si?

— ¡Socorro!

Me giro para llamar a Wright, que ya está en la entrada.





—Helena, sal de ahí— Ella no me responde, sigue encerrada y ya comienzo a perder la paciencia—. Vamos, sal.

Sigue sin responder. Ya estoy cansado de esto. Cojo una silla y golpeo la puerta una y otra vez, hasta que cae y puedo verla. Sus ojos, esos ojos preciosos, ahora estaban empañados por las lágrimas y reflejaban el miedo. La cojo con una mano y la alzo, sacándola de ese armario.

— ¿Por qué huías? Solo quiero que todo vuelva a ser como antes. —Sigue sin responderme, siempre mirando el filo del cuchillo. Es definitivo, ya no la quiero. La tiro contra el suelo, preparándome para hundir el arma en su cuerpo.

De pronto se escucha un golpe, y acto seguido entran dos hombres armados, que me apuntan con sendas pistolas.

— ¡Quieto! —Grita uno de ellos. Haciendo caso omiso, elevo el brazo.

— ¡Quieto! —Repite, pero vuelvo a ignorarle. Bajo el cuchillo, intentando acabar con su vida rápidamente, cuando se oye un disparo y todo se vuelve oscuro.




—Buen trabajo—Le digo al chico para calmarlo. Sus brazos tiemblan y su mirada está perdida—. ¿Era la primera vez? —Philip asiente con la cabeza. Cojo el teléfono y llamo al cuartel, pidiendo que vengan a limpiar el estropicio. —Vámonos de aquí, Philip. Señorita, acompáñenos al cuartel. Debo rellenar numerosos informes antes de dar por finalizado este caso.
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