lunes, 7 de mayo de 2012

Miss

Para el amor de mi vida

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Aparecía con esa risa suya que a mis oídos les parecía música, siempre lejos de donde mis ojos pudieran siquiera ver su figura borrosa. Me cogía de la mano, y al mirar no estaba. Su tacto se mantenía en mi piel durante horas, segundos, siglos. No era sino su deseo a quien mi cuerpo rendía pleitesía.

La primera vez se escapaba de una clase a la que yo entraba. Su mirada de cielo. La fugaz visión desapareció con un parpadeo, su risa me acompañó durante aquel sueño. Su letra ocupaba mi mesa; pulcra caligrafía trabajada una y otra vez hasta alcanzar aquel grado de perfección. Un mensaje que sólo yo podría entender.

Idiota.

La segunda fue en el campo de batalla. El calor calentaba mi armadura, el sudor fluía bajo la cota de malla. La espada se hacía más pesada con cada gota de sangre. Su pelo dorado resplandecía bajo un sol de tormenta que ninguna nube podía ocultar. El acero se rompía antes de tocarla, los hombres se apartaban de su camino con una mueca de asombro y miedo. Se acercó a mí, sonriendo. Sostuvo mi rostro entre sus manos mientras me veía morir.

Levántate.

La tercera fue en el cielo. El aire cortaba, la tierra crecía. Mi cuerpo se estremecía, mi mente era un mar en calma. Alas blancas agitándose en un revuelo de plumas, la suave canción de un cascabel. Unas manos delicadas que pararon mi caída. Un suave susurro al oído.

Te quiero.

La última fue real. Ella, vestida con un traje de sueños. Sus ojos azules en los míos, su pelo rubio cayendo sobre su espalda como un mar dorado, su cascabel sobre la piel de nieve. Un suave beso, una palabra.

Adiós.
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