miércoles, 26 de septiembre de 2012

Interrogatorio

Odio la nueva interfaz de Blogger. He dicho.

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La habitación era pequeña, de paredes pintadas de gris e iluminadas por una bombilla que colgaba del techo. El escaso mobiliario consistía en una única puerta de acceso, un gran espejo que ocupaba todo un muro, una cámara colgada del techo en una esquina, una mesa simple, dos sillas enfrentadas y un hombre encadenado a la que quedaba frente al gran cristal al que ponía muecas mientras hacía sonar sus grilletes. Parecía que aquella situación lo divertía bastante.

El hombre rondaba los veinticinco. Era menudo, robusto. Tenía el pelo rapado y una cicatriz que le cruzaba verticalmente la cara, sobre la nariz. Los ojos eran pequeños y oscuros, y tenía una risa entrenada en el arte de irritar al personal a la que acudía con asiduidad. Llevaba una camiseta de manga corta, ceñida, que permitía ver los tatuajes que cubrían la piel de los brazos que agitaba con furia, intentando soltarse. En uno de los tirones casi arranca las cadenas de la silla.

Como si aquello hubiera sido una señal la puerta se abrió. En el umbral se recortaba la silueta cansada de un hombre de mediana edad, ataviado con una gabardina, que entró arrastrando los pies y con una carpeta en los brazos. Ocupó la silla que quedaba libre y posó una nueve milímetros sobre la mesa, a la vista del encadenado pero fuera de su alcance y, como si no estuviese, comenzó a revisar sus papeles. El preso miró por un segundo el pelo entrecano del recién llegado, lo único que la carpeta no ocultaba, y se abalanzó sobre el arma.

—¿Es eso lo que quieres, Logan? ¿Coger el arma y pegarme un tiro?—dijo el recién llegado cuando el primero se cansó. Tomó el arma con dos dedos y la deslizó sobre la mesa—. Puedes tenerla. No te servirá de nada, no está cargada.

Como si no lo creyera, Logan alzó la pistola lo poco que los grilletes se lo permitían y apretó el gatillo. El sonido del percutor fue todo lo que obtuvo. Disparó tres veces más, riéndose a carcajadas.

—Debería probar a hacer esto en público—Logan dejó el arma sobre la mesa y se centró en el inspector—. ¿Para qué coño me has llamado hoy, Gordon?

—Como si no lo supieras ya.

El encadenado echó la cabeza hacia atrás, mirando al techo con la boca abierta.

—La señorita Seyfried no desea ser molestada, inspector.

Gordon sacó un cigarro del bolsillo y se lo tendió. Cuando Logan aceptó, lo encendió con calma. El preso dio tres caladas antes de soltarle el humo en la cara. —Ella no tiene nada que ver con esto.

—Ella está metida en esto, hasta el fondo— Logan no perdía la sonrisa.

—Haznos un favor a todos y dinos donde está— dijo el inspector.

Ahí estaba de nuevo su risa estridente. Dos minutos y medio empleó, intentando que Gordon perdiese la paciencia infinita que le caracterizaba. Al ver que no lo conseguía cambió de táctica.

–Chloé está muerta—escupió.

Gordon tomó aire. Se levantó, fue hacia la cámara y la desconectó. Se dio la vuelta, caminó hacia Logan y le golpeó. Lo habría derribado si la silla no hubiera estado fijada al suelo.

—¡¿Dónde está!? ¡Dímelo!—Gritó, acompañando cada palabra con un puñetazo.
—Está muerta—repitió Logan.

La patada le golpeó en el estómago.

—Parece que no entiendes la situación, gilipollas. La hija del fiscal general lleva dos semanas desaparecida, que es exactamente el tiempo que yo llevo sin dormir más de dos horas seguidas. Aquí nadie va a declarar en mi contra, ningún juez va a procesarme. Soy libre para hacer lo que quiera, desde despellejar cada fragmento de tu piel hasta mutilarte o dejarte incapacitado de por vida. Incluso podría hacerte desaparecer, dudo que alguien fuese a echarte de menos. Vas a sufrir el mayor dolor.

Ante tales amenazas, Logan volvió a reír, como si disfrutase de todo eso. Como si no tuviera nada que perder.

—En algo tienes razón, Gordon. Nadie me echaría de menos.

Cuando el inspector supo lo que iba a hacer ya fue tarde. El mordisco fue tan fuerte que un trozo de lengua cayó al suelo. Logan notó el sabor de la sangre que le llenaba la boca, que seguía riéndose. Gordon pidió a gritos una ambulancia aunque sabía que no iban a llegar a tiempo. Los enfermeros se lo llevaron cadáver. Durante los días siguientes Gordon sólo pudo pensar en él, en cómo se habían llevado la única pista que tenía y en las últimas palabras que había dicho, moviendo los labios y sin articular sonido alguno.

“Está muerta.”
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